Iniciando mi camino como contador público, en pleno primer semestre en la universidad, me estrellé con la siguiente frase: “El contador es aquel personaje que se sienta en la oficina del fondo, con calculadora en mano y cientos de papeles haciendo de su oficina un desorden de difícil dimensión”. La desmotivación fue instantánea y una pregunta llegó a mi cabeza, ¿Esto es lo que me ofrece la contaduría?
Día a día
y con el pasar de las clases, la cosa no parecía tomar un rumbo diferente, el
proceso se tornaba algo cuadriculado y no iba más allá del desarrollo de
registros contables y documentos soportes inundaban el panorama académico, es
decir, la respuesta a mi pregunta no parecía la mejor.
Con el
pasar de los semestres los visos fueron haciéndose más amables, empecé a
encontrar enfoques diferentes, a ver un cubo en lugar de un cuadrado y a
visualizar mi futuro profesional de otra forma. ¿Por qué?
Como
contador puedo ejercer como administrador o gerente, conozco la situación de
las empresas que están a mi cargo, conozco el índice de ingresos, conozco los
costos y gastos partícipes día a día en el desarrollo del objeto social, ¿acaso
no puedo realizar estudios y presentar propuestas para la optimización de
procesos?, ¿acaso con el conocimiento de la situación financiera de la empresa
no soy apto para jugar un papel importante en la toma de decisiones?, ¿acaso no
puedo llevar las riendas de una compañía que conozco integralmente?
Los años
no se hicieron esperar y la mitad de la carrera estaba en el mapa, los enfoques
se hacían cada vez más amplios y entonces me dije: “Como contador puedo ser un
consultor tributario o director de impuestos”, conozco la normatividad
referente al tema y puedo perfeccionar mis conocimientos en él, ¿acaso no estoy
capacitado para apoyar a una empresa dentro de sus procesos tributarios frente
a entidades de vigilancia como la DIAN (SRI
colombiano)?, ¿acaso no puedo desarrollar estrategias que permitan a la
empresa una planeación tributaria óptima, ¿acaso no puedo ser en el futuro el
Ministro de Hacienda de Colombia?
Del
apasionante y complejo tema tributario, los semestres pasaron y una nueva
puerta se abrió: la auditoría. Como contador puedo desempeñarme como auditor y
desarrollar proyectos en la materia dentro de cualquier organización, ¿acaso
como contador no puedo ser revisor fiscal de las empresas obligadas a contar
con esta figura?, ¿acaso no puedo desarrollar procedimientos para desarrollar
un sistema de control interno ajustado a las necesidades del cliente?, ¿acaso
no puedo desarrollar procedimientos que permitan llevar a cabo una auditoría
forense, financiera, operacional o informática?
En medio
de trabajos, parciales y un sinfín de exposiciones, me vine a topar en el año
2009 con la Ley 1314 (aplicación de NIIF), aquella que iba a cambiar la forma
de ver la contabilidad en Colombia; para algunos una incómoda decisión por
parte del Gobierno, pero quizá esa incómoda decisión, no era más que un campo
por explorar, más aún si tenemos en cuenta el creciente número de tratados de
libre comercio que se han pactado en los últimos años y la necesidad de
profesionales con conocimiento en normatividad financiera y contable
internacional para aprovechar los beneficios que estos pueden generar. ¿Acaso
no puedo ser el asesor en procesos de convergencia de alguna empresa
multinacional?, ¿acaso como contador no puedo apoyar y dirigir equipos de
implementación de NIF en el país?, ¿acaso luego de capacitarme en la materia no
puedo apoyar el proceso de preparación de otros?
Llegó el
esperado momento, después de cinco años de vida universitaria recibiría el
título de contador, y allí llegó a mi mente de nuevo la frase que escuche
durante el primer semestre, aquella que retumbó en mi cabeza durante tanto
tiempo, la que me llevó a preguntarme “¿Esto es lo que me ofrece la
contaduría?”; pero ahora mi respuesta era clara, la contaduría va más allá del
manejo de registros contables, va más allá de la digitación de documentos, va
más allá de la tenencia de libros. Como profesionales contamos con un amplio
espectro de opciones, desde ejercer como funcionarios públicos en cargos
administrativos y acordes a nuestro campo de acción, hasta como docentes
encargados de transmitir y generar conocimiento en la nueva generación de
profesionales de la contaduría, pasando por asesores financieros, quizá como
auditores, tal vez como revisores fiscales o, por qué no, como administradores
o gerentes de una compañía, sin dejar de lado la posibilidad de explorar campos
como la contabilidad ambiental, y como olvidar el asesoramiento a empresas en
el tan importante tema de normas internacionales. La preparación y dedicación
no se pueden dejar de lado, pero tenemos una imagen por construir y una
profesión por ejercer.
Autor: Julián Esteban Parra, Contador
Público, Universidad Central, Colombia.
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